Sobre los debates políticos como reflejo del colonialismo europeo.

Hace poco, asistí a un seminario en el que compartíamos nuestras diferentes experiencias trabajando en el extranjero. Otro compañero y yo hablamos sobre nuestra experiencia en China y en Japón respectivamente, mientras que otros dos contaban su experiencia en países Europeos. La conversación no tardó en derivar en un debate temas bastante densos: cómo se define la felicidad en Europa y y el este de Asia, la democracia o el debate político. 


En China, Corea y Japón (desconozco sobre otros países asiáticos) el debate político de calle tal y como lo conocemos es prácticamente inexistente. En Japón, la opinión política de cada individuo es algo extremadamente íntimo, que se reserva para la familia y los más allegados. No se debate en público, en el bar o en los grupos de WhatsApp (en su caso Line) y el pensamiento crítico no es algo que se cultive en las escuelas, aunque en España tampoco es que lo hagamos demasiado bien. 


La raíz de todo esto es su cultura colectivista. En Europa y países de herencia europea, se valora el individualismo, la impotencia del yo, se nos alienta a potenciar nuestra singularidad y a destacar del resto, a no ser una oveja más del rebaño, unique snowflake. Hasta donde mi experiencia me ha permitido ver, uno de los principales valores de la cultura japonesa es la armonía, el wa (). Armonía es una imagen homogénea, una línea recta y a la vez un círculo perfecto, un cielo despejado sin una sola nube. 


Armonía es paz. 


En la cultura japonesa, la identidad y la felicidad del individuo no parte de uno mismo sino del grupo al que pertenece: su familia, la empresa, la sociedad. La singularidad de cada uno no hace otra cosa que destrozar esa armonía. Cuando un individuo se deja llevar por sus deseos individuales, deja de lado al grupo, la mujer que se divorcia altera el equilibrio familiar y el trabajador que protesta ensucia la imagen de la empresa. Pero el individualismo también nos lleva a extremos, la delincuencia, los extremismos políticos, el terrorismo. Todo eso, sumado al desinterés político general, hace que en Japón tu opinión no sea un asunto de especial interés. 


¿Cuál es la visión correcta, el individualismo o el colectivismo? No hay una respuesta única. Dependiendo del tipo de sociedad en la que hayamos crecido preferiremos una u otra. De hecho, pensar sobre la cultura de estos países asiáticos sin caer en valoraciones subjetivas o directamente racistas es bastante difícil cuando sabemos poco o nada sobre ellos más que lo que vemos en los medios. Este era el caso de uno de nuestros interlocutores, y el de la mayoría de españoles, pues le era imposible comprender que la libertad no tiene por qué significar lo mismo en todas las culturas. Ni tampoco la felicidad. Para nuestro interlocutor, un persona sin una opinión política clara y sin una vida enfocada en sus deseos y aspiraciones personales (una vida individualista) es una persona condenada a la infelicidad. Y no concebía cómo un Europeo puede ser feliz en un país así, rodeado de gente desinteresada por la política o más preocupada por la armonía del grupo que de sí mismos. Dejamos clara nuestra opinión de que no todo el mundo es feliz de la misma manera, la felicidad siempre va a estar influenciada por la cultura. La cultura puede definir desde nuestra forma de pensar hasta la manera en la que andamos, reímos o lloramos. 


Sin embargo, como suele pasar, los debates en España y, me atrevería a decir, en toda Europa no tienen como objetivo el compartir diferentes posiciones y aprender de nuestras diferencias. En España, un debate es una batalla, una competición, el objetivo es convencer al otro de que nuestra visión es la correcta o, al menos, tumbar todos sus argumentos para proclamarnos como ganadores a ojos de un público (la mayoría de las veces) inexistente. Volviendo al debate con nuestro interlocutor, hubo un momento en el que me dijo “no te quieres dar cuenta”. Fue entonces cuando me di cuenta de, en la mayoría de los casos, la meta de este tipo de conversaciones meta no es el aprendizaje sino la "conquista" del pensamiento ajeno.


De esta base parte mi idea de que el debate político de calle es en realidad un reflejo de la cultura colonialista europea. Al expresar nuestra opinión política públicamente, en nuestras publicaciones de Facebook, al comentar las noticias en el bar de abajo, no hacemos más que marcar nuestra individualidad, recordarle a los demás que tenemos pensamientos e ideas “propias” y que somos únicos. Ese hecho en sí mismo no es ni bueno ni malo. Al igual que el individualismo y el colectivismo no son ni correctos ni incorrectos, simplemente son, sin adjetivos. Es cuando entramos al debate cuando nuestra singularidad puede tomar un tono más turbio ya que, como he dicho, nuestros debates no van de compartir y aprender sino de ganar y de conquistar. 


Cuando participamos en un debate, utilizamos todas nuestras armas para conseguir que el otro acabe pensando como nosotros. No con mala intención, todo lo contrario, le estamos ayudando a ver con claridad, recatándole del rebaño. Tal y como los misioneros cristianos “rescataban” a los pueblos indígenas de infierno llevándoles el Evangelio. Lo que hacían en realidad estos monjes, creyendo que les estaban mostrando el verdadero camino, el camino de Dios, era despojarlos de su cultura y religión propia. Por otro lado, las potencias europeas coloniales, al conquistar sus territorios, les forzaron a “civilizarse”. No llegaban y les ofrecían la opción unirse o no a ellos, evidentemente que no, eran conquistados, sometidos y obligados a olvidar quieres eran para convertirse en un reflejo de la metrópolis europea. 


¿No tienen estos hechos históricos bastantes similitudes con el debate político? Ya no sólo en la calle, también en los medios. No se trata de exponer nuestras ideas y dejar que otros tengan la opción de tomarlas o no, se trata de conquistar, intoxicar sus mentes, tanto la de nuestros interlocutores como la del público oyente. Llevar la razón sí o sí. Estar por encima de los demás, de otras mentes, otras culturas. Civilizarlas. Desconozco si esta idea tiene alguna lógica o es sólo una exageración mía. Lo que sí sé es que al intentar que los demás piensen como nosotros atentamos contra ese individualismo europeo que tanto vanagloriamos. ¿De qué sirve creernos únicos y de pensamiento crítico cuando nos esforzamos tanto en que todos piensen como nosotros? ¿De verdad estamos siendo individuales y verdaderamente críticos si sólo nos sentimos cómodos entre nuestros iguales, cuando nuestro feed de Facebook sólo nos enseña lo que queremos ver? Es más, puede que nuestro individualismo solo sea una fachada, una máscara, ya que si todos buscamos lo mismo: ser únicos, al final todos acabaremos siendo lo mismo: únicos.



Cada copo de nieve que cae tiene una forma única e irrepetible. Sin embargo, al final todos son copos de nieve, todos son únicos, sí, pero también iguales. 

Comentarios

  1. Los que leemos medios de comunicación de ideología contraria a la nuestra, ¿qué somos? Folloneros? Masivas?

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    1. Pues supongo que depende de con qué actitud vayas. Si vas por curiosidad, a chusmear: voyeur. Si vas a liarla: masoca. Si vas para conocer otros puntos de vista: explorador.

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